El papa Francisco advirtió hoy en la primera misa del año sobre un mundo «cada vez más desunido» y en el que muchas personas padecen la soledad, y animó a afrontar el futuro con una visión «materna» por la igualdad y la concordia.
Lo hizo durante una misa celebrada en la basílica de San Pedro por el Año Nuevo, cuando la Iglesia conmemora la Solemnidad de María Santísima Madre de Dios y, por ello, el papel de las madres en el mundo y en la Iglesia católica fue el tema que centró su homilía.
«Necesitamos aprender de las madres que el heroísmo está en darse, la fortaleza en ser misericordiosos y la sabiduría en la mansedumbre», aseveró desde un engalanado altar papal, a cuyos pies se ha colocado una imagen del Niño Jesús durante la Navidad.
Francisco señaló que «las madres toman de la mano a los hijos y los introducen en la vida con amor» pero advirtió que estos a menudo «van por su propia cuenta, pierden el rumbo, se creen fuertes y se extravían, se creen libres y se vuelven esclavos».
«Cuántos, olvidando el afecto materno, viven enfadados e indiferentes a todo. Cuántos, lamentablemente, reaccionan a todo y a todos, con veneno y maldad. En ocasiones, mostrarse malvados parece incluso signo de fortaleza. Pero es solo debilidad», sostuvo.
La receta de Bergoglio es extender una «mirada materna» en un mundo en el que, lamentó, «hay mucha dispersión y soledad a nuestro alrededor», a pesar de que actualmente es más fácil comunicarse. Toda una contradicción.
«El mundo está totalmente conectado, pero parece cada vez más desunido. Necesitamos confiarnos a la Madre», invitó.
Asumir esa visión, sumarse al «heroísmo de darse» al prójimo al que aludió previamente, es fundamental pues el papa cree que «un mundo que mira al futuro sin mirada materna es miope».
«Podrá aumentar los beneficios pero ya no sabrá ver a los hombres como hijos. Tendrá ganancias, pero no serán para todos. Viviremos en la misma casa, pero no como hermanos. La familia humana se fundamenta en las madres», indicó.
Y vaticinó que «un mundo en el que la ternura materna ha sido relegada a un mero sentimiento podrá ser rico de cosas, pero no de futuro».
Este punto de vista también se debe aplicar a la Iglesia católica pues de lo contrario «corre el riesgo de parecer a un hermoso museo del pasado» y defendió que «la unidad cuenta más que la diversidad».
La misa de Año Nuevo coincidió con la 52 Jornada Mundial por la Paz, que este año tiene por lema «la buena política está al servicio de la paz», un tema sobre el que el pontífice ya reflexionó en un mensaje de cara a esta conmemoración publicado hace dos semanas.
En el texto advertía contra el auge de los nacionalismos y de una política que culpa «a los inmigrantes de todos los males.
«Vivimos en estos tiempos en un clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en la ansiedad de perder beneficios personales», escribía el pontífice argentino.
Dijo además que lamentablemente esto «se manifiesta también a nivel político, a través de actitudes de clausura o nacionalismos que ponen en cuestión la fraternidad que tanto necesita nuestro mundo globalizado».
Tras la misa de Año Nuevo, el papa abandonó la basílica mientras se entonaban villancicos como «Noche de paz» y acudió al Palacio Apostólico para presidir el rezo del Ángelus junto a los miles de fieles que le esperaban y aclamaban en la Plaza de San Pedro.
En su mensaje volvió a aludir a la necesidad de colaborar por el bien de la humanidad y la concordia: «No creamos que la política está reservada solo a los gobernantes, pues todos somos responsables de la vida de la ciudad, del bien común».
«La política es buena en la medida en que cada uno hace su parte al servicio de la paz», sostuvo.
Francisco se despidió de los fieles con un llamamiento, el de que sean «artesanos de paz» y esto, refirió, «empieza en casa, en la familia, cada día del año nuevo».