sábado , 27 abril 2024

Por Osvaldo Santana

Ahora que el presidente Luis Abinader ha dicho vigorosamente que de ninguna manera República Dominicana facilitará su territorio para montar un campo de refugiados haitianos, porque Haití tiene sitios donde establecerlo, la realidad es que hace tiempo somos un magnífico país anfitrión de nuestros vecinos.

Con su determinación, el presidente Abinaderreafirma su proclama de que República Dominicana no tiene la solución para los problemas de Haití y su defensa a rajatablas de la soberanía nacional, mediante una política de defensa del territorio y el control radical de las migraciones, fenómeno constante durante el finado siglo y lo que va del presente.

Pese a esa resolución, es creciente el establecimiento de haitianos en territorio nacional. De hecho, en el Suroeste y en otros territorios de la República, es un fenómeno verificable cómo ha crecido el número de familias haitianas en los distintos sectores de los municipios.

 En Tamayo, mi lugar de nacimiento, excepto el barrio Alto de las Flores, no tiene un pequeño Haití, o un volumen importante de residentes haitianos, pero en los demás, conviven normalmente con los dominicanos.

La presencia haitiana no es extraña en esa región, porque empezó desde la década del 20 del siglo pasado, con la industria cañera, y desde entonces, al menos diez comunidades, conocidas como “bateyes”, son habitadas cien por ciento por haitianos. En el siglo actual, los “bateyes” siguen poblados mayormente por haitianos, pero ya muchos dominicanos habitan allí.

En esa zona la presencia haitiana se originó por una actividad económica, la industria azucarera, lo mismo que vendría a ocurrir 80 años después en la región Este, en Bávaro, provincia La Altagracia, donde una importante comunidad haitiana se expandió en el sector Friusa, por el auge del turismo, que hoy emplea el mayor número de haitianos.

En el siglo pasado, los haitianos trabajadores que llegaban de manera informal, o formalmente, mediante contratos auspiciados por los gobiernos de Haití y la República, eran jornaleros que por cada zafra entraban y luego salían, aunque siempre una parte se quedaba de manera irregular.

La inmigración masiva  

La inmigración, a través de la industria cañera, podría decirse que era controlada, pero en la medida en que la República Dominicana empezó a demandar mano de obra para la agricultura, la construcción y más recientemente, el turismo, con énfasis en el auge inmobiliario, creció sin control.

“En la actualidad, según la Encuesta Nacional de Inmigrantes (ENI-2017) y la Encuesta Nacional Continua de Fuerza de Trabajo (ENCFT), la población de inmigrante ocupados se inserta en las siguientes ramas: construcción (29.21 %); ganadería y agricultura (28.15 %); hoteles, bares y restaurantes (9.54 %), y comercio al por mayor y menor (8.12 %), dice el estudio Mercado Laboral y Mano de Obra Extranjera en el sector Turismo en la República dominicana, auspiciado por ONU Migración y el Instituto Nacional de Migración divulgado en 2023.

Pese a la política “dura” de control migratorio dominicano fundada en la expulsión de los ilegales, es una realidad que las grandes obras públicas y privadas recurren normalmente a la mano de obra haitiana.

La inestabilidad en Haití, creciente tras la caída de la dictadura de la familia Duvalier, empezó a desbordar las inmigraciones reguladas, y las informales, que se alojaban en las zonas rurales (en fincas), se expandieron por todo el territorio.

El caos del Haití de hoy

La dramática situación haitiana de estos tiempos ha desatado otra inmigración motivada en la inseguridad impuesta por las bandas criminales y el caos total a partir del asesinato del presidente Jovenel Moise. Emigran los pobres por miedo y por razones económicas, la clase media que puede pagar una locación, y los ricos que se alojan en su segunda residencia en el Gran Santo Domingo, Santiago o en villas de la región Este.

La política nacional y las migraciones

En medio de esa batahola, las conveniencias políticas no podían estar fuera, y en efecto, la “invasión pacífica” haitiana se ha convertido en una bandera que la actual Administración enarbola por lo alto en dos direcciones. Una, mediante un discurso de apariencia solidaria con Haití, pide ayuda para esa nación ante las naciones ricas y los organismos internacionales, como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), porque República Dominicana no tiene solución para los asuntos haitianos, y la otra, en paralelo, la firme y patriótica “defensa del territorio” frente a la “amenaza haitiana”, porque la patria está en peligro.

Este año la invocación de los personajes fundadores de la República y los símbolos patrios cobró una vigencia abrumadora en los medios de comunicación y en las redes sociales. El Mes de la Patria, Febrero, se corrió hasta Marzo, con la presencia de las imágenes de los héroes de la Patria en todos los escenarios. Forman parte de un mensaje subliminal de “defensa” de la nacionalidad. La semiótica explotada al máximo.

En esa dirección, el gobierno nacional mantiene una política de deportación de inmigrantes irregulares provenientes de Haití, que da motivos para que, precisamente, los organismos internacionales de defensa de los derechos humanos reclamen un trato digno para los inmigrantes devueltos.

El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) ha pedido protección para haitianos que huyen de su país. Y acusa a la República Dominicana de repatriar a haitianos «con poco respeto por los derechos humanos».  Afirma que durante los dos últimos años fueron deportados por la fuerza 368 mil 851, un total de 154,333 en 2022 y 214,518 en 2023.

Las deportaciones recaudan apoyo popular

La exacerbación de las pasiones nacionales ha sido clave, en un país donde siempre ha habido recelos y prejuicios hacia los haitianos desde la ocupación de 1822 y los recelos y resentimientos de Haití por la matanza de 1937 protagonizada por Rafael Leónidas Trujillo en toda la franja fronteriza y en los ingenios, excepto en La Romana.

Haití y los haitianos resultan rentables en la política nacional. El vibrante discurso oficial en la “defensa de la patria” deviene en una estrategia de conveniencia para complacer la audiencia nacional y en especial, a los nacionalistas, pero es insuficiente frente al fenómeno de nuevos pobladores haitianos en los diferentes territorios municipales, sin que haya políticas regulatorias o registros ciertos ni contables.

La situación haitiana ha expulsado familias hacia el territorio dominicano. Y no tienen que ser alojadas en un centro de refugiados que tanto se repudia, porque ya forman parte de la vida nacional. Se incorporan cada día en todos los municipios. Ese es el nuevo fenómeno migratorio. No llegan necesariamente por hambre o en la búsqueda de trabajo, sino detrás de la seguridad que encuentran del lado Este de la isla.

Ya los municipios de la República son los centros de refugios de los haitianos que pueden huir de la violencia en Haití. 

Un fracaso

Si bien el gobierno recibe críticas en el extranjero por su política de deportaciones, la misma, medida por los resultados nacionales, constituye una gestión fracasada. Los controles fronterizos son burlados de múltiples formas, incluso por algunos responsables de la misión.

¿Y cuántos son los haitianos en RD?

Pero tiene fundamento la percepción de que cada vez hay más haitianos en el país, más de los necesarios para la demanda de la economía, que por décadas se benefició de la mano de obra barata en la industria azucarera, la agricultura y la construcción.

En 1994, una investigación de Andrés Corten e Isis Duarte, publicada en “Estudios Sociales, Vol. XXVII, Número 98 Octubre-Diciembre, sugería que entones había en República Dominicana 500 mil haitianos. 

Desde entonces, han transcurrido 34 años, y se sigue hablando de una cantidad similar, lo que no compagina ni siquiera con el crecimiento vegetativo de los seres humanos. 

De acuerdo con la Encuesta Nacional de Inmigrantes (ENI-2012) realizada entre junio y septiembre de 2012, en la Republica Dominicana residían 668,144 haitianos o ciudadanos de origen haitiano. Luego, la misma encuesta de 2017 (ENI-2017), reveló que 570,933 extranjeros residían en el país, de los cuales, el 87.2 % eran de nacionalidad haitiana y el 12.8 % de otras nacionalidades. 

La realidad es que no se sabe exactamente cuántos haitianos viven en República Dominicana. La directora general, de la Oficina Nacional de Estadística (ONE) Miosotis Rivas Peña explicó en 2022 que el Censo Nacional de ese año no cuantificaría la cantidad de inmigrantes, porque esa información se maneja a través de las ENI. 

Las encuestas de la ONE, las ENI, se ha señalado, no resisten una crítica seria, porque ignoran que los residentes irregulares eluden ser encuestados, y quienes aceptan responder las preguntas no siempre revelan el número de ocupantes de las viviendas, siempre sobrepobladas cuando se trata de haitianos pobres. Su cultura solidaria les permite sobrevivir apiñados en esos sitios penosos que llaman viviendas.

Abinader y el campo de refugiados que pide la ONU

La BBC de Londres entrevistó al presidente Luis Abinader, y esta fue la primera pregunta:

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Volker Turk, le pidió suspender las deportaciones, ya que Haití está atravesando una terrible catástrofe con violencia de pandillas y agresiones sexuales a mujeres. ¿Lo hará?

Respuesta de Abinader:

No, no lo haremos. Continuaremos haciendo y aplicando nuestras leyes y nuestra Constitución. Creo que la ONU es la que tiene que actuar más. Pienso que Estados Unidos ha perdido mucho tiempo, especialmente esa unidad para ayudar a Haití.

Y llevamos más de tres años diciendo que Haití está entrando en el caos; que fuimos los primeros que usamos la palabra «somalización» de Haití, y no pueden pedirle a República Dominicana que resuelva el problema haitiano.

No lo haremos y no podemos hacerlo. Creo que la ONU tiene que trabajar más. Y eso es lo que le hemos estado pidiendo a la ONU desde 2021.

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