Por / Francis Mesa
El teatro del absurdo, sino lo es, debe ser el más difícil de hacer. Los involucrados, desde el dramaturgo o dramaturga, el director o directora, hasta el elenco de actores, sin olvidarnos de los técnicos, no la tiene fácil a la hora de ser representado.
Quienes se enfrascan en este tipo de proyectos deben convencer al auditorio de que lo que cuentan no corresponde a ninguna verdad. Que todo es subjetivo.
Recientemente asistimos a la puesta en escena de la obra “Las sillas”, como parte de la segunda temporada de teatro Banreservas que se presentan en la sala Ravelo del Teatro Nacional y en el Centro Cultural de esa entidad bancaria y la sensación fue la de estar en un mundo paralelo, triste, desolado y confuso.
El dramaturgo Eugène Lonesco no se las ha puesto cómoda a quienes han montado sus textos en los teatros del mundo. Vamos a circunscribirnos a “Las sillas”, cuyo argumento central nos presenta a dos ancianos que se inventan una reunión a la que supuestamente han invitado a importantes personalidades para hacerles un gran anuncio, con quienes aparentemente conversan, pero el público sólo ve a los dos actores rodeados de muchas sillas vacías.
Y de verdad que no es fácil, como texto, como montaje, representar con situaciones absurdas, hilarantes y patéticas, dramas existenciales como el que se cuenta en esta obra.
En este trabajo, la apreciación de cada quien, el valor artístico y de contenido que se le pueda sacar al mensaje es puramente personal. Un texto como ése no está recomendado para entendimientos básicos. Inclusive, el hecho de no conectar con el metamensaje, también es válido.
Cuadro Dramático
Camilo Landestoy, fundador de la compañía independiente, Cuadro Dramático, junto a Johanna González, como protagonistas de la obra en cuestión, con la actuación especial de Miguel Lendor y dirigidos por Indiana Brito, se las juegan todas.
El manejo que dan a un texto cuya mayor fortaleza es la palabra implícita, para obtener del público una reacción contraria a lo que se cuenta o presenta y lograr ese objetivo, tiene un valor incuestionable, pero a la vez, un riesgo mucho mayor. No todo el mundo está preparado para ello.
Indiana Brito vuelve a lucirse como directora de vanguardia. Cómo logra entre sus actores ese poder que tienen quienes asumen retos parecidos, de comunicar, de transmitir, así sea con mensajes distorsionados, como es el caso, unos sentimientos de desolación y abandono tales, es una verdadera proeza.
De entrada, el ambiente decadente, caótico y minimalista, con unas paredes corroídas por el tiempo o el descuido y la ausencia total de elementos fastuosos en su decorado, provocan angustia, quizás cierta “penita”.
Las luces ayudan. El matiz lúgubre, desaliñado, empobrecido de los tonos grises diseñados por Ernesto López y esa escenografía como un laberinto, creación de Ángela Bernal, que tanto la directora como los actores supieron aprovechar en sus movimientos, en sus entradas y salidas, completaron el trabajo.
En conclusión, “Las sillas”, como montaje y como texto, no es ni buena, ni mala. Es teatro alternativo para pensar. Es una opción poco empleada para, desde el arte, denunciar cuestiones sociales, proyectar situaciones humanas que están a la vista de todos, pero que en el teatro del absurdo se presentan de modo supuesto, para que nosotros, los espectadores, seamos los únicos jueces.